A través del espejo y lo que Neo encontró ahí.
Hace algunos años, uno de los
grandes críticos de cine y padre de la Nouvelle Vague, Francois Truffaut, fue
responsable de observar, lejos del academicismo, una película americana
catalogada como clase B; fue gracias a
él que Kiss Me deadly (El beso
mortal) tuvo una oportunidad en la historia del cine. Mientras veía Matrix Ressurections fue imposible no
pensarlo. Porque la entrega cuatro del sello Wachowsky es un prestige puro.
Detrás de lo ordinaria que luce, Matrix Resurrecciones resulta magia real. Nada es lo que parece.
El filme dirigido en solitario por
Lana Wachowsky, luce desde la forma, como un simple filme de ficción que parece
no llevar a ninguna parte. Los primeros 40 minutos son caóticos, no hay claridad
en la historia y te muestran a un viejo Anderson (Keanu Reeves) dopado hasta
las cachas mientras observa a sus compañeros de trabajo lanzar elucubraciones
en torno a un videojuego denominado Matrix. ¿Qué es Matrix? Después de 22 años
parece que nadie sabe. Wachowsky no se complica: Matrix es lo que tú quieras:
una crítica al sistema, un juego, un filme transgénero: tú eliges.
Los compañeros de trabajo de Anderson lucen como esos personajes cliché que deambulan en esas oficinas corporativas que hoy rigen el mundo de los medios y la comunicación; salones de trabajo con grandes ventanales en los que cuelgan las geniales y costosísimas bubble chairs que solo son sinónimo de dos cosas: emprendedores cuyas fortunas han generado un fenómeno global llamado gentrificación. Mientras los nerds beben té chai y deciden cómo mantener al mundo aletargado, fuera de esas oficinas decenas de familias pierden sus hogares; sus viejos edificios ahora albergan a esta nueva especie social. Lo que ves en primera instancia, no es lo que parece. La riqueza de unos es la desgracia de cientos. La crítica al sistema sigue ahí, disfrazada de mal chiste.
El primer acto de la película es confuso,
visto desde la estética actual y la academia, podría decirse que hasta
mediocre, flash backs del filme de
1999 van y vienen; lucen viejos cuando se insertan en esta nueva narrativa del
siglo XXI, los ves y piensas en el truco del espejo mágico utilizado en alguna
película fantástica de los años 80 destinado a mostrarte el pasado, la forma de
la pantalla análoga está presente. El pasado luce viejo, el joven Neo ya no
existe y el viejo Neo parece ya no tener cabida en la estética nítida y de alta
definición que hoy se vive. Pero el pasado siempre vuelve y los espejos lo
traen de vuelta cada vez que Neo los atraviesa.
Matrix Resurrections es un viaje al pasado que le permite a
Wachowsky mostrarnos cómo un filme destinado a cuestionar todo un sistema y que
en su momento generó cientos de análisis filosóficos, sociológicos, éticos o
religiosos en torno a nuestra sociedad, la libertad, el uso de las máquinas y
el control (además de popularizar la transmedia) terminó engullido por uno de
los más famosos efectos cinematográficos: el bullet time (conocido también como fly around) pero de las críticas al sistema, ya no se dice mucho.
El bullet time tomó el lugar del
excluyente del discurso que plantea Foucault (la locura) y lo importante,
señalar al sistema, dejó de serlo. Matrix se convirtió en el espectáculo que
criticó.
¿Qué mejor manera de reírse de todo
esto que ver a nuestro antiguo Elegido ser contactado en un baño por un sujeto
que luce como cualquier estrella de tele realidad? Decadencia total. Atrás quedó el sujeto
imponente cuya presencia paralizaba a cualquiera (aplica tanto para Neo como
para Morfeo). Cada vuelta al pasado en el filme sirve como un golpe de realidad
para el espectador: “Matrix ya fue, cualquier cosa que veas a partir de ahora
ya no lo es”. Y esto queda evidenciado cuando el joven Morfeo intenta que Neo
recuerde todas esas habilidades míticas que desarrolló tiempo atrás en la famosa escena de la pagoda. No lo logra.
Cuando en el filme Anderson toma
conciencia de su ser (epifanía que logra gracias a otros y no por él mismo) y
retoma su rol como Neo; el Elegido, inserto en esta nueva hipermodernidad, deja
atrás las cabinas telefónicas y se mueve de un lugar a otro, a través de los
espejos, y como Alicia, en cada cruce descubre algo nuevo. En el primer cruce
busca entender quién es realmente; en el siguiente cruce entiende que le han colocado
un rol que no pidió, que no sabía que tenía y que probablemente no desea; en un
siguiente cruce comprende que el mundo que conoció ya no existe: “no son
máquinas, ahora les llamamos sintientes”. Así, mientras Neo sigue a este grupo
de aguerridos jóvenes cuya lucha descansa en un viejo mito (él) y que le
observan con fervor y admiración por haber derrotado al sistema, él solo piensa
en el temor que siente de no lograr lo que los otros esperan de él. Neo ya no
es más el elegido, ahora enfrenta una profunda crisis de la mediana edad, tal
cual.
El pasado es una constante, va y
viene para recordarle que aunque algunos lugares lucen igual el tiempo siguió
su marcha, el otrora enemigo hoy es aliado, quien fue compañero de lucha hoy es
un obstáculo. Lo que 22 años atrás fue novedoso hoy se antoja viejo y
desfasado. Y como suele suceder cuando llegas a la medianía de tu ciclo de
vida: el pasado te alcanza de todas las formas posibles. Hay menos tiempo y más
temores, tu cuerpo ya no es el mismo… pareciera ser Keanu diciéndole al mundo
que esa juventud eterna que se ha mediatizado no existe. Neo ya no encaja en
este mundo, así que quien representa el poder de tres veces tres, lo hace. La
Trinidad toma el lugar que le corresponde desde hace siglos, nunca existió un
Elegido, la fuerza siempre fue ella. La representación del cuerpo, la mente y
el espíritu; el nacimiento, la vida y la muerte; el pasado, el presente y el
futuro. La unidad y la diversidad. Nunca fue él, la respuesta siempre fue
ella: Trinity.
Matrix Resurrections es una sátira tan exquisitamente realizada que ni siquiera es perceptible. Wachowsky tomó cada uno de los puntos más importantes de la trilogía y lo fue diluyendo de tal manera que esta entrega es una abierta crítica a la industria que diluye los mensajes sociales, a la sociedad actual que olvidó su lucha por la libertad y cedió al canto de las sirenas de las redes sociales como Facebook o Tik Tok; Be Real nos dicen hoy mientras la realidad se fragmenta cada vez más.
Entregamos nuestra libertad sin chistar y nadie se dio
cuenta de ello. La industria como suele hacerlo eligió el dinero, la sociedad el letargo. Y todo esto está ahí, en ese filme que parece no tener sentido, que
parece estar mal montado, que no tiene efectos especiales alucinantes como
antaño porque parece que lo esencial para Wachowsky fue desmontar todo aquello
que construyó dos décadas atrás y mostrarnos que el tiempo no perdona, que los
elegidos envejecen, que los ricos ahora son más ricos y que los mitos son solo
eso, mitos.
El cine ha muerto dice al final del filme uno de los personajes, parafraseando a Nieztche y su famosa frase. Y uno piensa en el Elegido. Neo representó en la década de los 90 a una forma suprema del hombre, capaz de desmontar todo un sistema, dando a los marginados el lugar que les correspondía. Si los valores modernos nos habían llevado a perder la fe, el Elegido debía forjar nuevos valores con los que guiaría a los demás. Pero Neo se diluyó entre efectos especiales y tazas promocionales, así que una de sus creadoras decidió sacrificarlo y entregar esa estafeta a una mujer. Si el Übermensch de los 90 no logró su cometido, tal vez una mujer pueda hacerlo. Todo principio tiene un final y esperamos que el de Neo sea este. Si alguien conquistó el miedo, fue Trinity.
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